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El 24 de marzo de 1980 fue martirizado San Óscar Arnulfo Romero y Galdámez mientras celebraba la Eucaristía. Por lo que, en este mes de su aniversario, nos permitimos recordar que el 14 de octubre de 2018, el papa Francisco canonizó solemnemente en plaza san Pedro a Monseñor Romero junto a Pablo VI y las religiosas: Nazaria Ignacia March y María Caterina Kasper; los sacerdotes: Francesco Spinelli, Vincenzo Romano, y el Laico: Nunzio Sulprizio. Un evento que hizo regocijarse a muchos en el mundo y de manera particular a quienes se sienten identificados con el testimonio y seguimiento al Señor, hecho por monseñor Romero y queremos en esta ocasión recordar algunos elementos que nos pueden ayudar en el ámbito de nuestro trabajo como frailes menores en lo que respecta al trabajo desde JPIC.

Ceremonia de la Canonizaciòn.

Hablando de lo que se entiende por paz, monseñor Romero nos ayuda, partiendo de unas premisas de lo que no es, para luego abordar lo que es. Pero debemos contextualizar, antes que nada, los conceptos vertidos en esta homilía dentro de unos hechos de la realidad salvadoreña de aquel momento. El 12 de marzo de 1977, fue asesinado su amigo personal el padre Rutilio Grande, S.J. Sumado este hecho al clima de persecución de la Iglesia, monseñor Romero toma la decisión de no participar en ningún acto oficial del Estado, mientras no se aclare este asesinato y cese el clima de persecución a la Iglesia. Esta decisión la comunica 3 días después, de este asesinato, es decir el 15 de marzo de 1977. Luego el 1 de julio de 1977, 4 meses después de este hecho, toma posesión el presidente de El Salvador, el general Carlos Humberto Romero (aunque tengan el mismo apellido con monseñor Romero, no tienen ningún vinculo familiar). Fiel a su decisión, monseñor Romero no participó en este acto oficial y aclarando que eso no significaba una declaración de guerra ni una ruptura definitiva[1]. Siguiendo los documentos de Vaticano II (GS 78) y la conferencia del Episcopado Latinoamericano “Medellín” de 1968 (M 2, 14) en estos documentos Romero nos recuerda los siguiente:

Dicen ambos documentos que la paz no es ausencia de guerra. Es una noción muy negativa. No podemos decir que hay paz, cuando no hay guerra. Actualmente no hay guerra en muchos países, en    casi todo el mundo no hay guerra, y sin embargo, en ninguna parte hay verdadera paz. No basta, pues, que no haya guerra. Tampoco es paz el equilibrio de dos fuerzas adversas. Se amenazan Rusia y Estados Unidos, no es propiamente paz la que hay entre las dos grandes potencias. Lo que hay es miedo, miedo a quien, es más poderoso. Eso no es paz. Dos muchachos, dos hombres que se amenazan a un pleito, todavía no hay pleito, pero tampoco hay paz. Hay miedo entre dos potencias. Y decía el Papa: Nadie puede hablar de paz, con una pistola o un rifle en la mano; eso es miedo. Tampoco hay paz, dice el Concilio Vaticano II, en la hegemonía despótica, queriendo someter a un pueblo, a un hombre. Es la paz de la muerte, la paz de la represión. Tampoco es paz[2].

Quiere decir que para monseñor Romero, la presencia del miedo es manifestación que no existe paz y mucho menos cuando se ejecutan acciones de poder de represión y de muerte. La paz cristiana va mucho más lejos, mucho más profundo. 

¿Qué es pues, la paz?

Para monseñor Romero la paz está ligada a la justicia y solo desde ella se le puede entender, por eso nos recuerda:

La paz, dice el Concilio Vaticano II, es la definición de Isaías[3], profeta, y que Pío XII lo hizo el lema de su precioso escudo: Opus justitiae pax. La paz es el fruto de la justicia. Esto sí es paz. Paz solamente habrá cuando hay justicia. Y también nos gustó escuchar este concepto, en el mensaje presidencial[4]. Cuando hay justicia, hay paz. Si no hay justicia, no hay paz. Paz es el producto del orden querido por Dios, pero que los hombres tienen que conquistar como un gran bien en medio de la sociedad: cuando no hay represiones, cuando no hay segregaciones, cuando todos los hombres pueden disfrutar sus derechos legítimos, cuando hay libertad, cuando no hay miedo, cuando no hay pueblos sofocados por las armas, cuando no hay calabozos donde gimen perdiendo su libertad tantos hijos de Dios, donde no hay torturas, donde no hay atropellos a los derechos humanos[5]

La paz, para nuestro autor, se basa en la justicia, pero es necesario la colaboración, el trabajo arduo y dedicado de parte de los hombres para llegar a ella. Esto implica un esfuerzo por parte del género humano a comprometerse y trabajar por ella desde la base de la justicia. La guía de darse cuenta si hay paz es si hay un verdadero respeto a los derechos humanos. Pero es importante querer la paz, desearla y darse cuenta del propio lugar que se ocupa en la sociedad. A partir de esa toma de conciencia del lugar que se ocupa y del rol dentro la sociedad, se asume la responsabilidad para trabajar en bien de la paz.  En este sentido manifestó lo siguiente:

Si de verdad hay deseo de paz y se conoce de verdad que la justicia es la raíz de la paz, todos aquellos que pueden cambiar esta situación de violencia están obligados a cambiar…Porque, dice también Medellín[6], que todo aquel que puede hacer algo por hacer más justo el orden de Latinoamérica, peca contra la paz, si no hace lo que está a su alcance. Ahora esperaremos que ese pecado de omisión que acusamos al principio de la misa toque la conciencia de muchos que pueden hacer mucho y no lo hacen, tal vez por estar granjeando su situación bondadosa, por el sueldo, por no caer mal en política, por no perder la gracia de los poderosos. Serían traidores a la Ley de Dios, serían pecadores de omisión, si, por temor a perder su vida en la tierra, no hacen lo que deben hacer para dar a sus paisanos, al pueblo, a la sociedad, al bien común, un respiro de paz sobre una justicia más equitativa[7]

Es decir que para lograr la paz es necesario el compromiso personal de trabajar por ella y darse cuenta del alcance de las acciones personales por lograrlo, cada uno desde su espacio de trabajo y de vida. 

Es nuestro caso como frailes menores, desde la instancia de Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC), no solo tenemos la oportunidad de trabajar por la paz, sino que también pecamos de omisión al no ejecutar acciones de trabajo a favor de la paz, pues esta instancia nos permite ejecutar acciones a favor de la paz de los pueblos. 

Luchar por la paz, pero sin violencia 

El trabajo y compromiso por la paz, no significa tomar acciones violentas, no se justifica la violencia si buscamos la paz, por eso nuestro mártir nos recuerda lo siguiente:

Tampoco justificamos la violencia. “La violencia – el mismo Concilio Vaticano II y Medellín[8]dicen con el Papa – no es cristiana ni evangélica. El cristiano es pacífico y no se ruboriza de ello” … El cristiano sabe que puede luchar y su Evangelio le invita a la defensa de la justicia; es valeroso. Pero, sabe que la violencia solamente engendra violencia y que solamente será, como la guerra, el último recurso, cuando ya se han agotado todos los recursos pacíficos. Pero mientras tanto, agota los medios de la paz, que son mucho más fecundos y productivos, porque no podemos ceder a la pasión del odio y del resentimiento unas resoluciones tan trascendentales para el orden de la paz. Es necesario, pues, que la   pacificación, los hijos de la paz, los hijos de Dios, que trabajan este mundo mejor, se inspiren, no en la violencia, tampoco en la no violencia no cristiana, sino en una paz que es fecunda, que exige el cumplimiento del derecho, que exige el respeto a la dignidad humana, que no se conforma nunca por no tener problemas con los que atropellan estos grandes derechos de la humanidad. Y aquí puede contar el gobierno con grandes artífices de la paz, mientras deje a la Iglesia la libertad para predicar su evangelio, la libertad para predicar la promoción del hombre. Ninguna colaboradora más eficaz y poderosa podrá encontrar ningún gobierno del mundo que la Iglesia, proclamadora de la verdadera libertad, de la justicia y de la paz[9]

Es decir que, si tomamos conciencia de nuestro “ser Iglesia”, nos convertimos en colaboradores “eficaces” en nuestra sociedad para vivir en libertad, en justicia y en paz.

Llegar a la fortaleza del amor

El trabajar por la paz desde nuestra dimensión cristiana implica ser testigos de lo que significa el amor, ser hombres y mujeres experimentados de haber sido amados por Dios, por eso San Romero nos recuerda:

No basta la justicia, es necesario el amor. Siempre hemos predicado esto, hermanos. Me da gusto          constatar que todas las personas que han seguido el pensamiento de esta hora de la Iglesia jamás han oído una palabra de violencia de mis labios. La fuerza del cristiano es el amor, hemos dicho. Y repetimos: la fuerza de la Iglesia es el amor. El amor, el que nos hace sentirnos hermanos a todos, el que en la segunda lectura de hoy San Pablo[10]proclama, inspirado en aquel que nos amó hasta la muerte, y que por eso nos arrastra al amor de sentirnos crucificados por Cristo y por nuestros hermanos.       Mientras no lleguemos a esta fortaleza del amor, no podemos ser los verdaderos pacificadores. No puede ser artífice de la paz el que tiene el corazón resentido, violento, con odio. Tiene que saber amar, como Cristo, aun a los mismos que lo crucifican: Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen. Son idólatras de su dinero, de su poder. Si te conocieran, te amaran. Por eso, más que odio y resentimiento, me dan lástima esos pobres idólatras que no saben la fuerza de este amor que Tú me has dado. Dales amor, Señor, a ellos también. cuánto bien harían los poderosos, cuando amaran de verdad y no fueran egoístas y envidiosos. Qué hermoso sería el mundo, hermanos, si todos desarrolláramos esta fuerza de amor[11].

Es gracias a la experiencia de dejarse amar por el Señor que se puede trabajar eficazmente en la consecución de la paz. Ya que la experiencia de ser perdonado y amado nos permite acercarnos y comprender al otro desde la experiencia de haber sido amado y solo amando desde esa experiencia llegamos a una paz verdadera donde ya no hay lugar a los rencores, a las envidias, a la violencia. El que vive la experiencia de ser amado por Dios sabe comprender, sabe perdonar. Pidamos a San Francisco que interceda por nosotros ante el Señor, para que podamos ser hoy “Instrumentos de su paz” motivados por San Óscar Romero.

Fr. Carlos Omar Durán Vásquez, OFM
Provincia Nuestra Señora de Guadalupe – América central


[1]Ó. A. Romero.Homilías, I, UCA editores, El Salvador 2015, 167.

[2]Romero,Homilías,I, 170.

[3]Isaías 32,17.

[4]Cf. Romero,Homilías,I, 169. El presidente Romero en su discurso de toma de posesión manifestó sus ansias de buscar la paz. Monseñor Romero por su parte manifestó que le preocupa cuando no se siguen los verdaderos caminos para buscarla. Por eso la Iglesia se ofrece en diálogo a los poderes económicos y políticos, la paz desde la voz del Evangelio. 

[5]Ibíd.,170-171.

[6]M 2, 18.

[7]Romero,Homilías,I, 171-172.

[8]M 2,15.

[9]Romero,Homilías,I, 172-173.

[10]Gálatas 6, 14-18.

[11]  Romero, Homilías,I, 172-173.