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Fr. Johannes B. Freyer, OFM

Fr. Johannes B. Freyer, OFM

Missionszentrale der Franziskaner
Bonn, Alemania

Desde la Segunda Guerra mundial ningún acontecimiento ha causado en el mundo tanta intranquilidad, ansiedad y conflicto como la pandemia del coronavirus, que ha involucrado a todos los países. Lo que casi nadie podría concebir, se ha extendido por todo el mundo como un incendio forestal. A la humanidad – que se considera a sí misma como una especie superior – un virus la hace consciente de su debilidad y muestra a la vista de todos la vulnerabilidad y mortalidad de las personas. Ahora la naturaleza está enseñando dolorosamente a la humanidad que ella es más fuerte que nuestra ilusión de las posibilidades ilimitadas como también nuestra creencia de un progreso eterno. Además, el virus, con resultados devastadores, destruye el “dogma económico” del necesario y progresivo incremento del lucro. Resulta que una doctrina del progreso económico se ha impuesto a un mundo ahora incapaz de hacer frente al virus. El espejismo de la prosperidad está apoyado en arenas movedizas. En este pandemonium parece que los sistemas con orientación social van mejor que los basados en las teorías neo-liberales. 

En semanas recientes, que quizás se prolonguen por meses, en todo el mundo la gente se ha visto forzada a “ayunar”, quieran o no. Las restricciones de entrada, cierre de las escuelas, jardines de infantes y negocios no esenciales.  El coronavirus fuerza a la gente a postergar el placer, el consumo y la libertad de movimientos. En cambio, se exigen el “distanciamiento social” y la cuarentena. Peor aún, el virus amenaza los trabajos y aumenta las injusticias sociales por todo el mundo. Todo esto asusta a mucha gente y destruye la confianza en la política y en las instituciones. Se va difundiendo la incertidumbre y cuanto más tiempo demoren las anti-medidas, mayor será la resistencia de quienes sólo se preocupan por su propia libertad y beneficio.  Mientras no hay fáciles respuestas a la compleja situación, las falsas noticias y las teorías sobre conspiración nuevamente enrarecen los cerebros. La irracionalidad aúna a los populistas de derecha con los ideólogos de izquierda y con los intransigentes religiosos. En esta situación necesitamos ejercitar la paciencia, la comprensión y la veracidad.

La orientación espiritual también puede servir de guía. En este contexto podríamos tomar inspiración de los que tienen por guías a Francisco y Clara de Asís. Aunque ellos vivieron en otra época y enfrentaron otras crisis, problemas sociales y epidemias, su trabajo puede inspirar nuestras actuaciones de hoy. De acuerdo con sus propias palabras en el Testamento, Francisco encontró salida para las crisis de su vida personal porque mediante la amistad y la solidaridad se atrevió a superar el “distanciamiento social” frente a los leprosos impuesto por la sociedad y la Iglesia en esa época. Este distanciamiento se dio por razones médicas, a saber, para evitar el contagio, pero también porque, desde el punto de vista teológico, a los leprosos se los consideraba pecadores. Y sin embargo la noble Clara no cumple con las reglas de su clase social y cuida a los pobres y excluidos. El encuentro con el sufrimiento y la miseria también plantea la pregunta sobre Dios y la propia imagen de uno mismo. “¿Quién eres tú y quién soy yo?” eran las preguntas existenciales de Francisco. En ambos casos la imagen de Dios cambia cuando miramos la miseria humana y la fragilidad de la vida. Ellos descubren al “buen” Dios, empático y no castigador, entre los pobres y los leprosos. Unos y otros estaban afectados por enfermedades y la mayoría de ellos se acercaban a la muerte. Ellos quieren que las hermanas y los hermanos enfermos se beneficien de la mayor ayuda y alivio posibles en ese momento. Al mismo tiempo ellos animan a la gente a aceptar la enfermedad con paciencia activa como parte de la vida, mientras miran la enfermedad como una oportunidad para el crecimiento y la maduración humana. La muerte no se guarda en secreto ni se suprime en forma alguna. Para ellos, ella es parte de la vida, no inspira miedo porque no puede destruir las auténticas relaciones de amor y pertenencia. Porque no es en la muerte donde está el peligro, sino en la crueldad del egoísmo. Movidos por las crisis, enfermedades, distancia social e injusticia, como también impulsados por una cambiada imagen de Dios, crean un estilo de vida de fraternidad que contrasta con la sociedad jerárquica y la Iglesia. Este estilo de vida que también se basa en la religión tiene un carácter universal, todos, como hermanos y hermanas en Jesucristo son una criatura de un mismo Dios. Y lo más importante, también están incluidos otros creyentes y todas las criaturas. Su experiencia de pobreza, malestar y exclusión les ayudará a descubrir un Dios que se preocupa por todas las criaturas y fomenta la vida. Lo que es más, la percepción de que la alegría de la vida brota del don de un relacionamiento compasivo y simpático, y que no puede adquirirse con dinero, propiedades o poder, transforma su visión de la gente y del mundo.   En lugar del “Homo oeconomicus” se enfoca en el “Homo fraternus/sororius”, lo que produce efectos sociales y económicos. En vez de insertarse en la economía emergente precapitalista, favorecen el trabajo manual para garantizar que la actividad económica del pueblo se base en las relaciones sociales. Actuando así, ellos superan una economía de lucro y explotación de la humanidad y de la naturaleza, recurriendo a una economía del don que define valores sociales, culturales y éticos además de los valores monetarios. Con la visión del hombre y del mundo del “Homo Fraternus/Sororius” y la economía del don, están preparados para las crisis imprevisibles y capacitados para enfrentarse a ellas en un proceso de aprendizaje. 

De esta manera, ¿qué podemos aprender de nuestra crisis del coronavirus, inspirados por Francisco, Clara y la tradición francis-clariana? He aquí algunas sugerencias: El “distanciamiento físico” que ahora se necesita puede practicarse mediante una “cercanía social” responsable hacia los más afectados: los pobres, los ancianos, los enfermos y aquellos que están perdiendo sus medios de vida, como decimos. Para mantener la distancia necesaria por razones de salud entre las nuevas formas de cercanía, cuidado y solidaridad, debemos aplicar imaginación, flexibilidad espontánea, intuición y humanidad no convencional.

En vez de promover grandes compañías para pagar dividendos a través de fondos fiscales, lo que ahora se quiere es usar los fondos para salvar vidas, aliviar la pobreza y preservar el trabajo. En vez de volver a la “normalidad” del lucro de la economía neo-capitalista, lo que necesitamos ahora es la valerosa transformación de la economía hacia una verdadera economía de mercado social. La crisis de esta pandemia ha mostrado claramente que la práctica anterior del capitalismo no puede resistir esta situación. Aparentemente es hora de cuestionar el sistema económico neo-liberal y sus dogmas del progreso eterno y establecer seriamente otras estructuras y mecanismos. Debemos entender esta crisis como un mandato para cambiar el rumbo, no sea que tratemos de seguir construyendo el futuro de la humanidad sobre arena movediza. Hay ciertamente algunos acercamientos a esto, por ejemplo, en una economía de donación, en una economía de solidaridad y mucho más.  Están en el orden del día los negocios sostenibles y orientados hacia el futuro. Igualmente deberíamos algo más y más pronto ahora para proteger el equilibrio de la naturaleza y así preservar la creación, nuestra casa común. Deben rechazarse las peticiones para suavizar las realmente insuficientes decisiones para proteger la naturaleza. No podemos ni debemos echar pie atrás hacia la actitud de “mantener el dinero fluyendo”. Si es así, no hemos aprendido nada de esta crisis. Ahora hay que discutir e implementar actitudes éticas y morales básicas para construir una coexistencia, una economía y un manejo de la creación.

Esta pandemia también implica un cuestionamiento sobre la imagen de Dios por parte de los creyentes y su práctica religiosa. Vuelve a surgir la cuestión de la Teodicea: ¿por qué permite Dios esto? Las imágenes de Dios que se han reducido a ideas de omnipotencia, perfeccionismo, inmutabilidad o despreocupación (apatheia), lo mismo que las ideas mecánicas o causales son todavía más difíciles. En crisis mayores, las personas guiadas por la espiritualidad de Francisco y Clara también han estado abiertas al Dios que aparece como el que ama libremente al pobre, al enfermo, al marginado y a aquellos que aceptan la vida como un precioso regalo. Esta imagen de Dios crea un compromiso para con un mundo mejor en donde se dan como una oportunidad la paz, la justicia y una aproximación a la creación orientada hacia el futuro.

Sin embargo, el camino hacia un mundo mejor exige que dejemos este atrás. Además, esta crisis abre ahora otros caminos. Esto plantea la cuestión sobre qué es lo realmente importante para nosotros, qué es lo que realmente vale algo para nosotros y qué significa esto para nuestro futuro juntos, nuestra casa común. La paciencia, una de las virtudes franciscanas, se necesita para responder estas cuestiones. La paciencia se exige para todos nosotros, y esto significa no solamente una resistencia pasiva, llevando la carga y esperando temerosos. De lo contrario los nervios se agotarán rápidamente. La paciencia es también la fuerza activa de la perseverancia y confianza en un tiempo difícil, cuyo final todavía no está a la vista. Cuando se combina con la confianza y la fe, la paciencia es la actitud básica que tiene confianza en la vida.  Quienes están dotados de paciencia no están simplemente a merced de la crisis, sino que enfrentan los retos que encuentran en situaciones extremas y en las tormentas, conscientes de que las crisis ofrecen oportunidades para aprender y madurar. La paciencia pone la mirada en el destello de luz al final del túnel oscuro y sabe que después de cada noche amanece un nuevo día. Con seguridad no solo destruye el miedo, sino que libra de la parálisis depresiva y del pánico innecesario. Es la fuerza necesaria, ciertamente dolorosa, para dar los pasos hacia el verano que se acerca. Naturalmente la paciencia que necesitamos ahora tiene su costo: aferrarse a la disciplina necesaria y mostrar solidaridad para con los grupos en riesgo y los enfermos de todo el mundo. Con esta paciencia no sólo superaremos esta crisis, sino que es de esperar que también lograremos un futuro que valga la pena vivir para todos con una humanidad madura, un aumento en el conocimiento y nuevas habilidades.