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En mayo de este año, lluvias torrenciales inundaron las provincias occidentales y septentrionales de Ruanda provocando deslizamientos que dejaron al menos 130 muertos, 18.000 desplazados, 6.000 casas dañadas y otras estructuras destruidas: carreteras, puentes, escuelas y centros de salud.

Los cultivos y el ganado también fueron arrasados. Conscientes de la llamada a ser la «voz de los sin voz», los frailes de la comunidad de Karama, Ruanda, a través de Fr. Florent Rugigana, OFM, párroco de la parroquia San Francisco de Asís en Karama, pidieron ayuda a Franziskaner Helfen de Alemania y les fue concedida. Mientras un grupo de frailes y feligreses de Karama distribuía frijoles, arroz, harina de maíz, sal, azúcar, aceite de cocina, jabón y ropa a las víctimas de las inundaciones, Fr. Jean Eric Mutabazi, OFM, animador provincial de JPIC y miembro de la comunidad de Karama, convesaba con la gente sobre el cambio climático como causa principal de tales desastres; también les ayudó a aprender sobre la responsabilidad común de cuidar el medio ambiente, nuestra «casa común» (icumbi rusange en kinyarwanda).

En efecto, el martes 11 de junio, se distribuyeron tres toneladas de frijoles, dos toneladas de arroz, una tonelada de harina de avena, quinientos kilos de azúcar, mil litros de aceite de cocina, cien kilos de sal, jabón y ropa a quinientas familias de la parroquia de Gisenyi, que fueron las más afectadas por las inundaciones. Estas personas agradecieron de corazón a los hermanos y les pidieron repetidamente que volvieran: «¡muzagaruke!».

¿Cuál podría ser la causa de tales desastres? ¡Seguramente no los espíritus malignos!

¿Cuál puede ser la causa de tales catástrofes? Esta fue la primera pregunta que Fr. Jean Eric Mutabazi, OFM, hizo a las víctimas de las inundaciones y a los beneficiarios de la ayuda antes mencionada. La pregunta pretendía ayudarles a «sacar a la luz la verdad». Las respuestas fueron muy diversas y, en cierto modo, interesantes. La mayoría giraban en torno a supersticiones como la brujería, el mal de ojo, los espíritus malignos, etcétera. Algunos llegaron a decir que se trataba de una maldición de Dios atraída por las malas acciones de algunos de ellos. El sentimiento común de la gente era: «Dios está enfadado con nosotros». Esto revela hasta qué punto estas personas necesitan ser catequizadas sobre cuestiones medioambientales.

En realidad, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la verdadera razón de estas inundaciones es que Ruanda, una pequeña nación africana montañosa y sin salida al mar -a menudo llamada «la tierra de las mil colinas»- es uno de los países más densamente poblados de la región, por lo que cada vez se erosiona y degrada más tierra utilizable al servicio de una economía creciente basada en la agricultura, que emplea al 65% de la población. El resultado es una mayor vulnerabilidad inherente a las perturbaciones climáticas.

¿Cómo podemos reducir los peligros futuros?

Esa fue la siguiente pregunta. De nuevo, la mayoría respondió diciendo que hay que acudir a Dios en busca de misericordia. Algunos sugirieron acudir a adivinos tradicionales para preguntar. Esta fue una oportunidad para enseñar a la gente cuáles deberían ser las actitudes y acciones correctas a tomar para reducir el peligro inminente de futuras crisis.

De hecho, en 2021, el presidente ruandés, Paul Kagame, prometió responder al empeoramiento del clima extremo a finales de año.

«En Ruanda, el cambio climático ya se está dejando sentir con lluvias e inundaciones inusualmente intensas», declaró Kagame. Por ello, la reforestación y la conservación de los bosques son herramientas importantes para combatir la rápida erosión del suelo y los deslizamientos de tierra, que siguen a las lluvias torrenciales y destruyen los cultivos. De lo contrario, la pérdida de cosechas debido a las fuertes lluvias significa que las comunidades podrían «sufrir hambrunas».

Las inundaciones y los corrimientos de tierras no sólo destruyen el medio ambiente y la biodiversidad, sino que también erosionan gravemente el suelo que sustenta los cultivos. En Ruanda se pierden cada año casi 600 millones de toneladas de suelo debido a las lluvias torrenciales, y las tierras cultivables situadas en laderas son las que más pierden. Por tanto, aunque los afectados necesitan ayuda urgente para reconstruir sus vidas, se necesita una solución a largo plazo para salvar al país y a la madre tierra en general.

 

Fr. Jean Eric Mutabazi, OFM

Animador Provincial de JPIC