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Querido papa Francisco, a quien sus hermanos cardenales fueron a buscar “casi al fin del mundo”:

¡El Señor te dé la paz!

Han pasado diez años desde tu elección y presentación en aquella fría, y aun así abarrotada, Plaza de San Pedro, en la que te mostraste como el obispo de la Iglesia de Roma que “preside en la caridad a todas las iglesias”. Diez años en los que has pasado haciendo tanto bien al mundo y a la humanidad.

En esta fecha conmemorativa y también sentida, quisiera agradecerte en mi nombre y en el de tantos hombres y mujeres de la Iglesia y fuera de ella, por diez regalos que nos has dado en estos años al frente de la Iglesia. Hay más por lo que agradecer, pero el número funciona en este caso más como un símbolo que como un adjetivo. Los presento a continuación.

1) Llamarte Francisco, sin más

Un día después de aquel 13 de marzo de 2013, la pregunta era si tu nombre hacía referencia a san Francisco Javier, el gran misionero jesuita del siglo XVI, o a san Francisco de Asís, el santo medieval. La respuesta llegó pronto. Enlazaste el nombre elegido con el santo de Asís. Las palabras “papa” y “Francisco” parecían juntas una paradoja, pero en estos diez años, con tus gestos y palabras, las has convertido en una armonía eclesial.

Al mismo tiempo surgió la duda de si se te llamaría Francisco o Francisco I. La respuesta tampoco se hizo esperar. Te llamarías Francisco, sin añadir ni el ordinal ni el número romano. A propósito, nos ha llamado la atención que firmas sin la crucecita episcopal precediendo el nombre ni un pontificio PP (papa) detrás de él.

2) Tu humildad y sencillez

Cómo no agradecer tus gestos de profunda sencillez y hondura humana. Te presentas como el humilde obispo de Roma, pides que recen por ti. Constantemente nos recuerdas a aquel joven de Asís que renunció a sus riquezas y a sus lujosas ropas. Te gusta lo sobrio, tus vestimentas lo son. Tus mitras no llevan oro ni piedras preciosas. La cruz que llevas en el pecho es simple. Tu lenguaje es el del pueblo, por eso es fácil comprenderlo, aunque es difícil asumirlo.

El jueves santo te gusta visitar las cárceles italianas para lavar y besar los pies a los reos, algunos de ellos, de otras religiones. Renunciaste al Palacio Apostólico para vivir en la sencillez de la hospedería vaticana o Casa Santa Marta. Cada día de tu pontificado has vivido con la convicción de tu opción por la simplicidad.

3) Volver a la centralidad del Evangelio

En esto te pareces mucho al Poverello, quien justo hace 800 años, empezaba su Regla afirmando: “La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, a saber, guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. Este ha sido también tu horizonte de vida y el de tu pastoreo en la Iglesia. Nos has mostrado que todo lo demás de la vida cristiana se desprende de la belleza de este vivir evangélico.

La primera Exhortación Apostólica que lleva tu firma comienza precisamente con esta exclamación: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Todas las reformas eclesiales que has impulsado han surgido del deseo de hacernos volver a Jesús y de apartarnos de aquello que nos aleja de él.

4) La ternura y el vigor con que gobiernas la Iglesia

 Como san Francisco de Asís, tu ministerio petrino es llevado con ternura y vigor. Muchos de tus gestos están preñados de ternura. Tu apuesta por la ética del cuidado nos recuerda la ternura de Dios. Tu debilidad más grande es ante el dolor humano y el ecológico. Por eso te duele la guerra y también te hace un pastor que busca la paz. Escribes o llamas telefónicamente a personas en dificultad para consolarlas. Seguramente, el tema de la comunión de los divorciados vueltos a casar es una preocupación constante en tu diálogo interior.

En estos años has buscado colaboradoras mujeres para que te ayuden en el gobierno de la Iglesia. No se había visto antes tantas mujeres trabajando en la curia romana. Como bien dices, cuando llegan las mujeres, las cosas cambian para bien. Eres un cristiano con libertad de espíritu.

Al mismo tiempo, has sido exigente con la vivencia de los valores evangélicos en la curia vaticana, pero también con las autoridades de la Iglesia en el mundo. No te ha temblado la mano al exigir transparencia económica y sobriedad en el uso de los bienes eclesiales. Estás convencido de que toda renovación empieza en casa. Has enfrentado el abuso de poder y no has dado tregua al problema de la pederastia en la Iglesia. Seguramente el desgaste ha sido grande, pero, sin duda la consolación del espíritu nunca te ha faltado.

5) El regalo de un año dedicado a la misericordia

Lo hiciste en el tercer año de tu pontificado. Cuánto bien le hizo a la Iglesia centrarse más en la misericordia de Dios que en el pecado del ser humano. Tu ministerio está cargado de misericordia. Hablas de una Iglesia abierta, donde no hay puestos VIP. Reconoces que la Iglesia está compuesta por pecadores necesitados de perdón y misericordia. Por tanto, una Iglesia para todos. Tienes ese don especial de acercar a la Iglesia a los que se sienten lejos de ella. 

6) Hacer de las periferias el centro de la Iglesia

Con tus gestos proféticos has visibilizado a los «descartados» de la sociedad. Te recordamos en Lampedusa, criticando la política europea de refugiados. Pero no sólo has querido visibilizarlos, sino que has querido llevarlos de las periferias existenciales y sociales al centro de la Iglesia. Porque, nos has dicho, “la verdadera realidad se ve desde las periferias… la periferia nos hace entender el centro”. Trabajas por una Iglesia cercana a los pobres y marginados. En definitiva, apuestas por una Iglesia sencilla, con los pobres y para los pobres. Cuánta resistencia habrás encontrado en esta senda, que fue la misma de Jesús y de Francisco de Asís. Por eso, tu preocupación no es tanto que la Iglesia acumule riqueza, sino que combata activamente la pobreza.

 7) Querer un mundo y una Iglesia fraternos

La fraternidad es una de las claves de interpretación de tu pontificado. En tu primer discurso, el día de tu elección, afirmaste: “Recemos por todo el mundo, para que haya una gran hermandad”. Nos recuerdas así el sueño de Francisco de Asís, el hermano universal.

De ahí que la columna vertebral de tu pensamiento esté en Evangelii gaudium (2013), Laudato si’ (2015) y Fratelli tutti (2020). Buscas la construcción de una Iglesia fraterna hacia dentro y hacia fuera. De igual modo, has ampliado ese horizonte fraterno cuando escribiste en el primer numeral de Laudato si’: “nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia”. Además, en tu última encíclica insistes en la necesidad de construir la fraternidad y amistad social “porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne» (Fratelli tutti, n.1). Eres un papa hermano que busca la fraternidad.

8) Adentrarnos en un proceso sinodal

Desde el inicio de tu pontificado empezaste un camino sinodal entre el obispo y su pueblo. “Un camino de hermandad, de amor, de confianza entre nosotros”, dijiste. Esto no es más que la recepción del Concilio Vaticano II, del cual eres un hijo fiel. El Sínodo de la Amazonía es muestra clara de una Iglesia sinodal. Has querido gobernar con otros. La reforma de la curia romana la has querido llevar adelante con un grupo de cardenales de todo el mundo. Sabes que los grandes cambios llevan tiempo y se hacen desde procesos. Por eso no violentas los tiempos.

Además, nos has puesto en una dinámica de sinodalidad. “Escuchar a la gente” es tu consigna. No solo la gente de la Iglesia, sino también la que está o se siente fuera de ella. El próximo sínodo será un nuevo pentecostés para la Iglesia. Dios te siga dando lucidez y fuerza para llevarlo adelante.

 9) El reconocimiento de la santidad martirial en América Latina y otros continentes

Quién mejor que tú para conocer lo que la Iglesia latinoamericana vivió en la segunda mitad del siglo anterior. Muchos niños, hombres y mujeres dieron testimonio de su fe en épocas de recia persecución. A algunos de ellos los has elevado a los altares ya sea como beatos o como santos. San Óscar Arnulfo Romero de El Salvador encabeza esa lista de testigos.

 10) Desafiar a los franciscanos a vivir su carisma y misión

Y, por último, querido Francisco, gracias por ayudarnos con tu testimonio de vida y tus palabras a reinterpretar y actualizar el carisma fundacional franciscano. Tus encíclicas son un regalo para nosotros. Son textos para la posteridad, pero nos han hecho tanto bien.

 Conociéndote, si te preguntáramos por el regalo que te gustaría recibir, seguro que dirías que el mejor que podemos darte es orar por ti. Te aseguro que lo haremos. Pero, por favor, danos tu bendición y ora también por nosotros.

Con aprecio y gratitud,

 Fr. Daniel Rodríguez Blanco, OFM.

Foto portada: Vatican News.