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GUALACO, Honduras – En la remota zona rural conocida como el salvaje Oeste de Honduras; del cual dicen que se ha convertido en un escondite de maleantes donde “es fácil entrar, pero difícil salir”; la Iglesia se encuentra ahí presente, una vez más al frente de un movimiento por la justicia.

Sólo que, en esta ocasión, 40 años después de que dos sacerdotes se encontraban en medio de una masacre de campesinos que exigían tierras y el respeto de sus derechos humanos, el objetivo tiene decididamente un tono verde

“¡No vendas tu consciencia por 200 lempiras!” ($9 usd), fue el mensaje que el sacerdote franciscano Avelino Verdúo, líder del comité local franciscano de Justicia, Paz e Integridad de la Creación, dirigió a la población del vecino municipio de San Esteban.

La población está siendo cortejada por los representantes de las 89 concesionarias mineras, que han proliferado desde 2017, en el departamento de Olancho; las concesiones ocupan aproximadamente el 5% del territorio del departamento más grande de Honduras. Pero no estamos hablando de las típicas y grandes empresas extractoras internacionales, sino al contrario, son yacimientos explotados por pequeñas empresas, registradas principalmente por individuos hondureños, desconocidos para las comunidades locales.

Antes de una reunión informativa en noviembre de 2019 en la que representantes de la minería pretendieron disuadir a la comunidad de San Esteban, los habitantes informaron que les ofrecieron sobornos a cambio de apoyo para el proyecto de extracción de sulfato de bario, que se utiliza para la producción de bario destinado a usos médicos y fabricación guardabarros en vehículos. Posteriormente el padre Verdugo junto con otros miembros del comité y representantes del Centro Hondureño para la Promoción del Desarrollo Comunitario, con sede en Tegucigalpa, conocido como CEHPRODEC, por sus siglas en español, presentaron la otra cara de la historia. Cuando ellos salieron de la reunión, fueron seguidos por dos vehículos, y la única manera de perder a sus persecutores fue conducir el vehículo a la velocidad de 85 millas por hora.

“Como cristianos, estamos llamados a promover los valores de la justicia, la paz, la verdad, el amor y la solidaridad (Paz y Bien)”, dijo el padre Verdúo. Tenemos la responsabilidad ética y moral de luchar contra los antivalores de aquellos que dañan el medio ambiente. Para el comité de JPIC, esto significa decir a la población la verdad acerca del impacto ambiental provocado por la explotación minera»

Este artículo fue publicado en el noticiario Crux el 16 de febrero de 2020 por Catholic News Service. Lea el resto de la historia en: cruxnow.com

(Credit: CNS photo/Mary Durran.)