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En Marruecos el Coronavirus ha obligado al país a declarar el confinamiento a partir del 20 de marzo pasado. Esto ha llevado a suspender todas las actividades, ha cambiado nuestro modo de vivir y el de la gente que nos acoge. Una sensación muy extraña, surreal: forzados a permanecer en casa por el peligro de contagio. ¿Qué hacer? ¿Cómo organizarnos?

La Cuaresma y la Pascua vividas en esta novedad inesperada nos han ayudado a entrar mayormente en un estado de oración, en que preguntamos humildemente al Señor cómo seguir siendo signos de su presencia. Tampoco para los marroquíes ha sido un período fácil porque han tenido que vivir el ramadán, el mes sagrado del ayuno, sin poder ir a la mezquita para la oración y sin poder encontrarse por la noche, animando las calles de cada barrio, las cuales han quedado desiertas.

El Estado y las asociaciones se han movilizado para atender a las necesidades económicas  y sociales de los ciudadanos: por nuestra parte, seguir haciendo lo que el Señor nos pide: ponernos a la escucha y vivir la caridad cristiana. A causa del Covid-19, las fraternidades de Tánger, Tetuán y Marrakech, han tenido que atender de diferente manera la ayuda que se da a los migrantes que viven en Marruecos con la esperanza de poder llegar a Europa. Se han organizado para encontrar directamente en los diversos barrios a las personas necesitadas de ayuda o citando en la parroquia a cada persona, las que recibían así una ayuda económica por algunas semanas. Además la fraternidad de Tetuán ha elaborado centenares de mascarillas que luego se distribuyeron entre los migrantes y algunas asociaciones locales.

La presencia de los estudiantes universitarios subsaharianos es otra realidad característica de la Iglesia en Marruecos. Los hermanos, sobre  todo a través de las redes sociales, han tratado de sostener a estos jóvenes continuando alimentando su oración, acompañándolos en su camino espiritual, ayudándolos también materialmente allí donde se veía la necesidad.

Muchos hermanos misioneros viven durante el año al servicio de capellanía en las cárceles para atender a los prisioneros cristianos extranjeros. Pero en este período en que no se puede ir a la cárcel, algunos de nosotros han experimentado la acogida dada a un pequeño número en el convento de Meknes o en la casa diocesana de Rabat. Hombres liberados que han pagado su pena pero que no pueden disfrutar de su libertad a causa de esta pandemia. Nos ha parecido una gracia grande el poder poner en práctica el Evangelio gracias a su presencia.

Es el mismo Evangelio el que nos exige, como por lo demás nuestra Regla de vida, encarnar la presencia de Jesús dondequiera que estemos. He aquí, pues, otro testimonio posible, dado por el hecho mismo de no habernos marchado pudiendo hacerlo, y haber permanecido aquí. Vivimos como extranjeros en Marruecos y la gente muchas veces todavía nos ve solamente desde esta óptica. El Coronavirus y el consiguiente estado de emergencia sanitaria nos han mostrado primero a nosotros y luego a los marroquíes, que hacemos parte de esta Iglesia que desea servir gratuitamente y que no es extranjera en medio de la gente que quiere amar.

Fr. Natale Fiumanó, OFM
Animador de JPIC
Custodia de los Protomártires de Marruecos.