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Fr. Rufino Lim, OFM

Fr. Rufino Lim, OFM

Orden Frailes Menores

Asistente Oficina JPIC

¡Paz y bien, amadísimos hermanos! La encíclica del Papa Francisco, Laudato Si, desafía en diversas maneras a los franciscanos. Antes de hablar de ello, recordemos. A lo largo de nuestra historia franciscana ya hemos vivido muchos desafíos y pienso que hemos tenido, sobre todo, un papel positivo, no negativo. Por lo tanto, en lugar de ignorar o evitar los desafíos, es muy importante para nosotros tener una actitud abierta para entender su significado profundo. Como frailes, aprovechamos las perspectivas ofrecidas por el Evangelio y nuestro Seráfico Padre San Francisco, para discernir lo que debemos hacer en nuestra vida y así responder concretamente a los desafíos cotidianos.

Todos sabemos muy bien que, Laudato Si’ son precisamente las palabras con las cuales inicia el Cantico de las Criaturas de San Francisco. Por lo tanto, el propio título de la Encíclica muestra las dos dimensiones de los desafíos que ella contiene. En términos simples, la Encíclica dice: “Este mundo, creado por Dios por su bondad, se está desmoronando. En esta situación, ¿qué se nos pide que hagamos para alabar al Creador?”

En otras palabras, la primera dimensión del desafío es abrir los ojos para comprender las crisis fundamentales a las que se enfrentan la Madre Tierra y toda la humanidad. La segunda dimensión se refiere a la manera en que nosotros, como cristianos y franciscanos que viven en esta situación, podemos profesar nuestra fe en Dios Creador o cómo podemos orar igual que san Francisco: “Laudato Si’, mi Signore.” A través de estas dos dimensiones del desafío, el Papa Francisco nos hace una pregunta: “¿Qué significa para nosotros orar y tener fe al mismo tiempo que la fuente antes de la Revelación, es decir, nuestra casa común, se convierte en un lugar inhabitable y los pobres, que son el santuario de Dios, lloran ante las tinieblas de la muerte?” Pienso que esta es la pregunta central de los desafíos que la encíclica nos presenta. ¿Cómo responder a esta pregunta? Si negamos la primera premisa de la pregunta, es decir, si negamos o ignoramos el hecho de que nuestra casa común y la humanidad se encuentran en una grave crisis, cuya causa somos los seres humanos, entonces nuestra fe corre el riesgo de resultar infructuosa, porque está contaminada por la insensibilidad y la ignorancia moral. La realidad y la fe nunca deben ser consideradas por separado, porque los seres humanos y la creación están unidos en un todo, y todo está interconectado.

Decía que la primera dimensión del desafío consiste en reconocer las crisis y los sufrimientos tanto sociales como ecológicos que la Tierra y la humanidad están afrontando, llegando a concluir que son causados por las personas mismas: ¿estarán de acuerdo conmigo o creen que esto no afecta a nuestra vida en el convento, que continúa con todas las comodidades de nuestra rutina diaria? Pero supongo que han oído lo que dicen los científicos sobre la causa de la pandemia COVID-19 y son conscientes de los fenómenos meteorológicos extremos, la desertificación, las sequías extremas, las inundaciones y los súper tifones que se producen en todo el mundo. En Google podrán encontrar fácilmente información sobre las causas y consecuencias de la destrucción de la selva amazónica o de los incendios en California y Australia, o también sobre el número de especies que cada año se extinguen y desaparecen de la Tierra. Es una cuestión de hechos simples, así que no creo que nadie pueda negarlos. Tal vez ustedes también saben del número de activistas ambientales que fueron asesinados en todo el mundo durante el 2019: The Guardian responde que 212 activistas fueron asesinados mientras custodiaban la tierra, el medio ambiente y los pobres. Personalmente creo que estos son los profetas y mártires de hoy en día. Pero ¿Por qué y por quién fueron asesinadas estas personas de buena voluntad?

En la Encíclica encontramos una lista precisa de las diversas crisis ecológicas, como la contaminación, la crisis del agua, la crisis del clima y la crisis de la biodiversidad. Además, la Encíclica indica como causas de todas estas crisis la “cultura del descarte” y toda una serie de graves desigualdades estructurales. Todas estas crisis actuales no pueden resolverse simplemente eliminando ciertos fenómenos o inventando tecnologías de vanguardia. Las injusticias estructurales son complejas y deben ser analizadas a diferentes niveles. Y, sobre todo, creo que debemos liberarnos de la falsa creencia de que el ecosistema y la vida humana pueden ser explotados para un crecimiento económico sin fin y para obtener beneficios económicos cada vez mayores. Si dejamos que la búsqueda de capital se vuelva cada vez más codiciosa y desmedida y la religión, que debería levantar una voz profética, se queda borracha y dormida, Dios, la Tierra y los pobres acabarán siendo aniquilados.

La Laudato Si’ afirma claramente que es un solo aire que todos respiramos y que una sola es el agua que todos bebemos. Una sola es la comida que comemos porque una sola es la tierra que la produce. Todos estamos unidos entre nosotros y vivimos en la única casa común. Todos somos un solo cuerpo y una única vida. Y Dios, el Creador, resplandece en la Creación y a través de ella derrama su luz de nosotros. La vida de la Tierra es nuestra vida. El sufrimiento de la Tierra es nuestro sufrimiento, y las lágrimas de los marginados son las lágrimas de Dios y las nuestras.

El segundo aspecto del desafío es la respuesta de la Iglesia. Basándose en la Biblia y en la Tradición, el Papa Francisco explica, ante todo, que la ecología integral se basa en la visión evangélica y que se debe desarrollar un diálogo a varios niveles, incluido el de la educación destinada a desarrollar una cultura de la creación. Este es el gran desafío para aquellos que permanecen demasiado apegados a una teología tradicional de la salvación centrada sólo en las celebraciones sacramentales, y para aquellos que se adhieren a un paradigma teológico que desprecia el cuerpo y el mundo. El Papa pide a gritos un nuevo paradigma cristiano, que sepa ver y actuar sobre el misterio del mundo en esta era marcada por la crisis ecológica. Esto es lo que se define como “conversión ecológica”, que se ocupa y se preocupa de la dimensión social y de la política, además de la teología. Nuestra conversión no se puede limitar a la estrecha dimensión de la ética personal.

Amadísimos hermanos, los franciscanos siempre hemos estado abiertos a los desafíos del Evangelio y de las épocas en que hemos vivido, y hemos crecido gracias a estos desafíos. Espero que esto sea importante para todos ustedes hoy. 

Foto portada: Frei Augusto Luiz Gabriel, OFM