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Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor.
Jerusalén,  Cenacolino, 23 de junio del 2019

Gen 14, 18-20, Sal 109; 1Cor 11, 23-26; Lucas 9,11-17

Queridos hermanas y hermanos,

¡El Señor les dé su paz!

1. Sentarse a la mesa es mucho más que la mera satisfacción de una necesidad fisiológica. Sentarse a la mesa significa, hasta cierto punto, reconocer que somos parte de la creación. Significa reconocer que la vida no nos la damos nosotros, sino que la recibimos como un don. Significa reconocernos en comunión con la creación y necesitar que el Creador abra su mano y nos satisfaga como cualquier otro ser vivo. Quizás es por eso que, en todas las culturas y en todas las religiones, el comer juntos está cargado de significados que parten de la realidad de la nutrición pero que, al mismo tiempo la trascienden y la superan.

2. Dentro de esta realidad de dependencia creatural, se insertó el mismo Hijo de Dios, en el momento en cual eligió el camino de la encarnación para convertirse en nuestro hermano. Encarnándose, Él llevó esta realidad de la creación a una nueva dimensión: la de la vida divina. En la última cena, como escuchamos en el relato de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía, Jesús asume la creación en la forma de pan y vino, asume una tradición cultural y religiosa que pertenece al pueblo de Israel, retoma el gesto del antiguo y misterioso sacerdote, Melquisedec. Y este gesto de ofrenda, esta tradición de partir el pan y compartir el vino, estos elementos naturales y creaturales que son el pan y el vino, los llena con el don de sí mismo.

3. Sentarse a la mesa entonces se convierte en sentarse a la mesa con Dios, recibir el pan y el vino transformados por la Palabra de Cristo y por el poder del Espíritu significa asumir la vida divina en la forma en la que Cristo asumió la vida humana en la encarnación: «Este es mi cuerpo, que es para ustedes. Este es el cáliz de la Nueva Alianza en mi sangre». Al recibir la Eucaristía, el elemento natural asume un significado sobrenatural: nos alimentamos de Dios y Dios se convierte en nuestra vida, nos sentamos a la mesa con Dios y experimentamos la comunión al más alto nivel, una comunión que nos une a Él y a una comunión que nos une en Él.

4. Que comer y beber asumanestos significados, nos recuerda siempre el apóstol Pablo, que no es un hecho mágico o puramente ritual. La Eucaristía es una realidad que tiene que ver con una Tradición, es decir, con una cadena larga e ininterrumpida de personas que transmiten lo que han recibido del Señor. La Eucaristía es una acción de la Iglesia, es uno de los dones fundamentales que la Iglesia ha recibido de Cristo. Al mismo tiempo, la Eucaristía es un «memorial»: Cristo se colocó a sí mismo «en las manos de la Iglesia» para seguir siendo activo y operante a nuestro favor, dentro de la historia, asegurando así que el misterio pascual sea contemporáneo y salvífico para todo hombre y toda mujer que viene a este mundo.

5. En la encíclica «Laudato si» sobre el cuidado de la casa común, que es la Creación, el Papa Francisco dedicó un párrafo muy hermoso e iluminador, precisamente sobre el tema de la Eucaristía. Permítanme leerlo con ustedes en esta ocasión: “En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: « ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo». La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo». Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado.”(LS 236).

6. Partiendo de esta perspectiva, es bueno que nos preguntemos acerca del nuestro celebrar, sobre nuestra participación en la Eucaristía, sobre nuestra capacidad de adorar el misterio divino presente en la Eucaristía. Pero a partir de esta perspectiva, es bueno que también nos preguntemos acerca de nuestra relación con la vida, con el mundo, con la creación y con todas las criaturas, que en la Eucaristía comienzan a experimentar el movimiento de deificación que comenzó con la Pascua de Jesucristo.

7. Con el estupor de nuestro Seráfico Padre San Francisco, también nosotros exclamamos: ¡Oh admirable nobleza y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan!»(Cta O 27). Y recordamos que «porque el Señor Jesucristo colma a los presentes y a los ausentes que son dignos de él» (CtaO 32).

Fr. Francesco Patton, OFM
Custodio de Tierra Santa