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Juan Rendón, OFM

Juan Rendón, OFM

Provincia San Pablo

Animador JPIC

Hermanas y hermanos

PAZ y BIEN

El centro de la fiesta de Navidad es Jesús, el hijo de María y de José, el nazareno que pisó las calles polvorientas de su pequeño pueblo, que estableció relaciones de vecindad, de amistad, Jesús quien aprendió el oficio de artesano de su padre José y el encanto y de unas relaciones humanas profundamente respetuosas con sus paisanos, Jesús que aprendió de María que Dios es un padre con corazón de madre, un Dios que espera mirando por la ventana el regreso del hijo que se fue de la casa.

Ese Jesús que Francisco quiso ver con sus propios ojos en la noche de la navidad de 1223, en el pequeño y marginal pueblecito de Greccio.El Jesús de la Admonición primera que se encarna en Belén y se hace pan en el altar por manos del sacerdote.

Ya el hermano Francisco tenía una relación de amistad con los habitantes de ese lugar, algunos dicen que desde 1217 venia visitándolo, allí era especialmente amigo de la familia de un hombre llamado Juan y del cual se sirvió para preparar el acontecimiento según lo relata bellamente la primera leyenda de Tomás de Celano en los números 84-87:

“Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar.

Agrega Francisco al mensaje enviado a su amigo Juan las motivaciones para celebrar la fiesta:

“Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno».

Memoria, contemplación, sufrimiento, invalidez, marginación. Son elementos esenciales para entrar en la fiesta que tiene una densidad espiritual “Entusiasmante”, y que como en toda creación artística, según lo dice el Papa Francisco en su reciente discurso a los artistas, tiene tres grandes movimientos:

  • El primer movimiento es el de los sentidos, capturados por el asombro y maravilla. Esta dinámica inicial, exterior, estimula otras más profundas.
  • El segundo movimiento, en efecto, alcanza la interioridad de la persona. Una composición de colores o palabras o sonidos tiene el poder de llegar al alma humana. Despierta recuerdos, imágenes, sentimientos…

Pero el movimiento generativo del arte no se detiene ahí, tiene

  • un tercer aspecto: la percepción y la contemplación de la belleza genera un sentido de esperanza, que también se irradia al mundo circundante. En este punto, el movimiento exterior e interior se fusionan y, a su vez, repercuten en las relaciones sociales: generan la empatía capaz de comprender al otro, con el que tenemos tanto en común. Es una nueva socialidad, no sólo vagamente expresada sino percibida y compartida.

En la conmovedora descripción de la 1 leyenda de Tomás de Celano se perciben estos movimientos que hacen de nuestra espiritualidad una “cuidadora de la vida y de la belleza en el mundo”. Describe Celano:

“Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años”.

Fiesta comunitaria, fraterna, de hombres y mujeres que con lo que pueden iluminan no solo esa noche sino todos los días y años, como si la navidad se prolongase durante todo el tiempo como una actitud de optimismo, vitalidad, convivialidad.

Continúa la descripción de Celano:

“La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo.

Dice el Papa Francisco en la Carta Apostólica “Admirabile signum” firmada el 1 de diciembre de 2019 en el santuario de Greccio

“El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría.

La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él.

Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén. Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular.

Dicha espiritualidad popular levanta como un altar en la sala de la casa, en los templos, en las calles, en los centros comerciales, escuelas y hospitales la “maqueta” en la que aparecen rasgos de la realidad donde Dios se revela cotidianamente.

Los pesebres hacen visible la geografía del lugar donde se construyen, montañosos en los Andes, con ríos y lagunas y gigantes árboles en la amazonía, con mares y palmeras en el Caribe, desiertos, volcanes y nevados en otras, con casas de barro o de cartón, con techos de palma o paja. Algunos con edificios, autos, avenidas o caminos de herraduras, en fin, lo que importa es representar una realidad habitada por Dios.

Las gentes que habitan estos pesebres, visten a la usanza de los pueblos donde se levanta este escenario, donde Dios niño sigue naciendo, gentes con poncho, con sayas, con chullos, con ruanas, sombreros de paja, polleras coloridas, colores fuertes, fucsia, naranja, verde amarrillo que contrastan con el negro de telas tejidas en telares artesanales. Los oficios hacen presencia, campesinos cultivando sus huertos, mercados con ventas de frutas, cereales, animales domésticos, pescadores.

En el pesebre hacemos visibles los contrastes de nuestra realidad, pero sobre todo la enorme decisión de construir, de reconstruir la vida como Dios la quiere, aún en los tiempos difíciles que vivimos.

Finalmente el Papa Francisco dice en su carta Admirabile signum:

“El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos”.

La espiritualidad de la Navidad y del pesebre, es una espiritualidad de paz comprometida con la vida, que como atestigua San Francisco de Asís, según lo dice el Papa Francisco, nos libera de todo deseo de dominio sobre los demás, nos hace comprender las dificultades de los últimos y nos empuja a vivir en armonía con todos. Una armonía que está vinculada con la belleza y la verdad.

FELIZ NAVIDAD
PARA TODAS Y TODOS
PAZ y BIEN

Video del Festival de Navidad 2020